Este domingo me han invitado a jugar un Torneo organizado por la representación linarense de la Asociación de Lucha contra el Cáncer, enfermedad que siempre va a necesitar de la ayuda desinteresada de muchos para avanzar.
¿Para avanzar en qué? En investigación y cuidados; para acoger con calidez y acompañar con amabilidad a los pacientes; para facilitar algo tan sencillo, pero a la vez tan necesario como alojamiento a los familiares mientras duran las sesiones de tratamiento médico. Conmueve el altruismo de gente a favor de gente en un mundo donde se señalan tantas sombras; Chapeau, por tanto, para doña Inmaculada Ramos, doña Concepción García y el grupo de voluntarios de la Junta Local de Linares.
El torneo ha tenido dos partes: una pasada por agua y otra pasada por bacalao con tomate y catarata de premios en el sorteo (yo me llevo para casa un tratamiento de belleza con gel al chocolate y toda la pesca). La parte pasada por agua ha correspondido al evento deportivo propiamente dicho, que ha sufrido rachas de lluvia alternadas con sol radiante, de manera tal que, quien no hubiese visto nunca nada de golf, habría dudado si se trataba de un ejercicio con los palos o de ver quien se ponía y quitaba con mayor destreza y rapidez la ropa de agua: Ahora poner que viene chaparrón; ahora quitar que el sol luce.
No cesó de llover de modo terminante hasta que Carmina de la T. que iba en mi partido decidió no volver a quitarse la ropa de agua. Mano de santo: ahí acabó la lluvia y ella misma completó un segunda vuelta estupenda para ganar, haciendo equipo conmigo, una cerveza, que como modesto aliciente habíamos apostado con Inmaculada O. y Eusebio Q, perfecta lady y perfecto gentleman que hicieron honor a su palabra y coronaron con ello una jornada inolvidable por el afecto y la simpatía.
El campo de Linares donde se ha desarrollado tan solidario torneo es el de La Garza. Se trata de un nueve hoyos con muy bien cuidada bermuda en calles y greenes; marco y entorno acogedor, entre cerros de olivos y alcornoques en un espacio recogido, con vestigios de la antiguas minas, donde uno puede sin dificultad imaginarse estar viviendo en un valle descrito en una novela de Zane Grey. Un lugar para quedarse y vivirlo con los patos y las ardillas y el canto de pájaros.
Es, también un campo en el que no vale darle de cualquier modo. Bueno, en ningún sitio puede darse de cualquier manera a la bola, pero en éste si lo haces los pinos, alcornoques y cipreses, hermosos como pieza ornamental, se convierten en quinta columna, saliendo al paso de la bola, como pilar de garaje al paso del vehículo que quiere aparcar. La Garza no está hecha para torpes y, por favor, no me pregunten cuantos golpes he dado, pues eso sólo lo trato en presencia de mi abogado.
Si tendrán arboles las calles y aledaños que lo jugadores locales, con ese humor tan de esta tierra han puesto nombre a los hoyos y al Hoyo 7 lo denominan “El Mono Burgos”, evocando a Germán Adrián Ramón Burgos, el que fue portero del Atlético de Madrid, pues el alcornocal actúa como portero y no deja pasar una. ¡No es difícil hacerle un gol al 7! Pero si el hoyo 7 tiene historia, el hoyo 2 – un par 3 de 142 metros – es para verlo y sacar un foto a su alcornoque de treinta metros ¡en medio del green! En mi larga vida golfística nunca había visto algo tan singular pero bello, hermoso y retador: ojalá no lo quiten nunca.
Definitivamente, para jugar un golf sin más historias y teniendo que afinar para no salirse excesivamente de calle, La Garza es muy recomendable. Cierto que para hacer dieciocho hoyos hay que dar dos vueltas al recorrido, pero eso da un cierto aire de reto a la segunda vuelta, sobre todo si en ella te apuestas una cerveza con jugadoras o jugadores locales. Son un gente hecha para la convivencia y con un don natural para agradar como sin proponérselo. Como si fueran de Bilbao, pero de Linares, provincia de Jaén.
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